Humildes, pero bien financiadas
José María Pinilla Gómez 13/09/2024 |
Se suele decir que la mayoría de las relaciones personales –en el trabajo, entre los vecinos, en un grupo de amigos o en la misma pareja– toca fondo cuando afloran las discusiones de tipo económico. En otras palabras, todo es agradable y placentero mientras no nos toquen o amenacen con tocarnos la cartera, porque hará que asome nuestro rostro más agrio. Y no deja de ser cierto, no nos llevemos a engaño.
El mundo de las cofradías no es ajeno a todo ello, y bien que lo saben (sabemos) quienes han pasado por una mayordomía y han tenido que “perseguir” a ciertos hermanos que acumulan importantes cuotas impagadas o negociar con proveedores para aplazar algún pago acuciante. En tiempos como los actuales, la parte de las cuentas destinada a las obras asistenciales ha de ser, necesariamente, mayor, por lo que otras partidas de tipo patrimonial –si no son esenciales como una restauración de urgencia– tienden a considerarse secundarias. Asimismo hay que recordar que las corporaciones colaboran –o incluso lo afrontan en su totalidad– en el mantenimiento de los templos en los que residen, que en ocasiones requieren de un gran esfuerzo económico. Por todo lo expuesto, la labor de quienes administran los gastos e ingresos es ardua, y más considerando que no es llevada a cabo por profesionales, sino por “aficionados” que le quitan tiempo a su familia en bien de la hermandad a la que sirven.
Si en épocas pasadas fue habitual que hermanos notables o donantes externos beneficiaran a las cofradías, ya fuera entregando bienes de su propiedad o financiando la adquisición de elementos patrimoniales, en nuestros días esta figura del mecenas ha quedado minorada. De este modo, excepto en los casos en que la corporación tenga una fuente adicional de ingresos como una tienda de recuerdos o un museo de enseres, en la mayoría de ellas el dinero que entra se debe a las cuotas de los miembros y, de manera fundamental, a la subvención que reparte el Consejo de Hermandades. Y es precisamente en la distribución de estos fondos cuando surgen los recelos y los agravios.
Para situar un punto de inicio a la cuestión, podemos ubicarnos hacia la mitad del siglo XIX. En esa época, bajo el paraguas del apoyo de los Duques de Montpensier, llegan años de bonanza para la Semana Santa. La mayor estabilidad social, el florecimiento económico de la ciudad impulsado por esta pequeña corte y el mecenazgo que ofrecieron lleva al auge de las cofradías, ya sea revitalizando algunas decaídas o creando otras nuevas. En esta línea, el Ayuntamiento dirigido por el alcalde Juan José García de Vinuesa fomenta las llamadas Fiestas de la Primavera y propicia la salida de las hermandades, ya que su desfile penitencial empieza a considerarse como un espectáculo capaz de atraer a visitantes del exterior. Y este apoyo no es sólo institucional sino también pecuniario para ayudar a sufragar los gastos derivados de la procesión. En el pasado las hermandades salían cuando tenían medios, pero desde entonces se contará con la ayuda municipal.
No deja de sacarnos hoy una sonrisa el hecho de que en la postguerra esta subvención pública fuera concedida en función del comportamiento de las cofradías en la calle. Para ello, por parte del Arzobispado se puntuaba la seriedad y la compostura, de forma que las peor valoradas veían penalizada la ayuda. Tal vez no sería un disparate rescatar hoy esta idea, digo yo, pero vayamos al formato actual. Según la normativa vigente, la mayor parte del pastel dedicado a las hermandades de penitencia se reparte entre las que hacen estación en la catedral, y entre ellas se atiende al número de pasos que configuran su cortejo.
En sentido estricto, este planteamiento tiene su indudable lógica, ya que son estas hermandades las que –entiéndanse los términos– crean el espectáculo y generan el ingreso aportado por quienes pagan por las sillas en la Carrera Oficial. Ahora bien, también puede adoptarse la perspectiva de las cofradías que no van a la catedral, las llamadas de vísperas, pues en términos porcentuales la cantidad que perciben es notablemente menor. Debido a ello, sus posibilidades económicas –para todo lo ya mencionado: atención a necesitados, cultos, conservación y mejora de su patrimonio, etcétera– quedan muy limitadas y la brecha frente a las que desfilan por la Carrera Oficial se hace insalvable. Desde estas líneas entendemos todos los puntos de vista, que difícilmente podrían conciliarse salvo si la buena voluntad y la solidaridad presidieran las necesarias negociaciones. Bien está ser humildes, pero mejor si lo somos de voluntad y de ánimo y no porque las cuentas no salgan por la escasez de medios.