La carcoma sevillista

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
12/10/2023

Sí, hasta un párvulo conoce la cita de John Lennon y su "la vida es eso que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes". En efecto, la vida es eso que discurre a nuestro lado siniestramente y sin hacer ruido. No nos damos cuenta de que la vida va en serio hasta que uno empieza a comprenderlo mucho después, como decía el gran Gil de Biedma. Pues bien, en versión sevillista, podría decirse que la vida es eso que va discurriendo mientras el Sevilla va triturando entrenadores uno tras otro. El aliciente que trae el nuevo entrenador Diego Alonso no es otro que saber cuándo le será cercenada la testa.

Dice el ex futbolista y ahora escritor Miguel Pardeza que "el tiempo es casi siempre el lugar donde no estamos". Puede que tenga razón. Pero desde cierta época a hoy, hemos ido cumpliendo años mientras en Nervión los entrenadores se sucedían friéndose uno tras otro en uno de los banquillos más convulsos del fútbol europeo. Causa estupor recitar el carrusel del tiempo a través de  los nombres de los caídos: Unai Emery, el Toto Berizzo, Vincenzo Montella, Julen Lopetegui, Sampaoli ("el peor entrenador que he tenido", dijo Suso) y José Luis Mendilibar (el entrañable pero ya ex 'Mendilover').

Hasta hace poco uno se resistía a que se comparase el sevillismo con el valencianismo de manicomial patología. Pues ahora, entre Valencia CF y Sevilla FC, ya existe un puente aéreo directo de manicomio a manicomio. Ambas aficiones se hallan enfermizamente hermanadas. Por Eduardo Dato andamos incluso peor. Al menos por Valencia gozan ahora de la excusa de estar secuestrados por un magnate de Singapur (Peter Lim o Peter Sellers, según el día).

La afición sevillista debiera donar sus órganos al Mayo Clinic de Rochester, considerado el primer hospital del mundo por su prestancia. Así podríamos conocer con rigor científico qué es lo que lleva al sevillismo a segregar esa bilis autodestructiva que últimamente está marcando su infantil devenir. En los 80 y 90, la afición andaba entre fiel y amuermada por la mediocridad de un equipo absolutamente ramplón (era un clásico anodino del fútbol español). Servidor debe su crianza futbolera a este magma frío y ceniciento. Desde Eindhoven, tras los pozos superados en Segunda (olvidar es de traidores), el fútbol le hizo ver a la afición que la felicidad no es un estadio vaporoso del ser, sino que tiene su textura y se puede tocar y disfrutar orgiásticamente.

Plata tras plata, haciendo las Europas, el sevillismo ha ido graduando aquella alegría primeriza y pura, hasta convertir la feliz catatonia en una progresiva balsa de insatisfacción y autoexigencia ciertamente paródica. Uno llega a avergonzarse de los suyos, por mucho que el fútbol tenga sus prontos y su humor acalorado y catastrofista entre amigos y conocidos. Se dijo a partir de Glasgow y Turín que la afición no era borrega, pero sí fiel. Después, el sevillismo se adentró en otra fase que alumbraría la presión venidera: seguía demostrando su fielato, pero sin olvidar la exigencia y la crítica acerada cuando tocase.

Ahí empezó a tensarse la delgadísima línea que va de la lealtad exigente a la pantomima y la teatral impostura. En los últimos años, lo que prima socialmente en el Sevilla es un hiperbólico malestar por todo. La cacareada autoexigencia ha derivado en una impostación ridícula y pestilente. De ahí el infantilismo en su versión más estúpida. A falta de haber logrado un estatus social y laboral en lo personal, hay muchísimos sevillistas de toda edad y condición que diluyen sus frustraciones en el ámbito informe, pasional y populachero del fútbol. Aquí, cualquier tarambana puede sacar cabeza y creerse un pimpollo influyente. Dan pena. Se crea así un ecosistema de influjos viciados, amparado todo en la vasta zahúrda de las redes sociales, esa "asamblea de lunáticos" que han convertido al Sevilla FC en "Twitter FC" y ahora en X FC (los entrecomillados son del compañero Lucas Haurie).

La acosada dirigencia del club (lo que va de Del Nido senior a Del Nido junior, pasando por el supuesto mediocre de Utrera), se ha dejado influir, como hacía Monchi, por los efluvios de la citada zahúrda, en lugar de meditar y hasta de levitar por encima de la putrefacción, el ruido y la falsa furia. La convulsión del club a nivel interno (la planta noble del Sevilla FC se halla en los Juzgados de Viapol), evidencia lo ya dicho, esa tendencia viciosa, casi superada ya, a hacer nuestra la estética valencianista que tanto asombro y rechazo nos causaba vista toda desde lejos.

Bajo el mandarinato técnico de Diego Alonso (mientras se pide otra posible Junta General Extraordinaria), el Sevilla FC sigue empeñado en ser la mayor terminal de la locura en el fútbol español. Quizá sea necesaria no una guerra accionarial, sino una guerra civil que nos redima de tanta estupidez colectiva.


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