Nervión, tanatorio y hoguera

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
01/12/2023

Dice el periodista y escritor valenciano Paco Cerdà que “ser de un equipo es como ser de una familia: caes donde caes y salirte es desagradable”. Uno, en fin, viene al mundo por vía uterina con los colores ya asignados. Al cordón umbilical de la madre, tu equipo de fútbol es el otro cordón umbilical que te unirá a tu otra familia, salvo delito de lesa traición.

Siendo todo esto cierto, la verdad es que a veces a uno le gustaría pedirse una excedencia, salirse de la familia por un tiempo, pensar y meditar a solas, en orfandad. Corren tiempos desagradabilísimos en el Sevilla Fútbol Club. Hoy por hoy es la familia más agria, más triste y más descompuesta del fútbol español. En lo deportivo, el equipo ha entrado en un bucle de infortunio e incapacidad. En lo institucional, entre juntas de accionistas, aquelarres filiales y las dichosas cautelares, todo hiede. No hace falta estar dentro de la planta ¿noble? de Nervión para que a uno se le ponga la cara del duque de Wellington en Waterloo, interpretado genialmente por Rupert Everett en la película 'Napoleón' de Ridley Scott: todo el tiempo parece que está oliendo caca. En el Sevilla, todo se ha convertido en una guerra entre incapaces con sueldo y carroñeros del populismo que sueñan con ponerse un sueldo.

Definitivamente, la Champions no está hecha para el Sevilla FC. Ni emocional ni futbolística ni meteorológicamente. Hasta las desagradables noches de lluvia acompañan en los últimos años las citas en Nervión en Champions. ¿No han caído en ello? Hagan memoria y comprobarán que es así, pese a la pertinaz sequía que arrastramos. Frente al PSV Eindhoven, antes de que llegase la hecatombe, había en Nervión como un ambiente tanatórico. Hubo huecos vacíos y tristísimos en las gradas. Pobre caldera húmeda y mojada, mácula para el sevillismo. No hay excusas. Ni el juego inane del equipo ni la lluvia ni la hora temprana ni los supuestos altos precios del abono total (esa falacia, por otra parte).

Hasta la colegial expulsión de Ocampos, lo que reinó sobre el partido fue un silencio extraño, a ratos cementerial (pese al tipo del megáfono en los Biris, los dos goles y el ole seguido de alguna que otra virguería de Lukebakio). Después vendría la citada hecatombe. Alguien ha comparado lo sucedido con el PSV con el partido Sevilla-Real Sociedad de la temporada 1996-1997, antesala del pudridero deportivo que vendría (el Sevilla de Camacho ganaba 2-0 a la Real a falta de seis minutos). En Diego Alonso, de exquisitos modales, parecen solaparse, entre otros, los trasgos de Gregorio Manzano, de Míchel, de Montella y del peor Sampaoli. Elegantemente ataviado, este entrenador no es más que un maniquí del fútbol. Ojalá cobrara textura carnal para remontar y para dar dos merecidos sopapos a quien esto escribe justo a esta hora (17:50 h) y en este día (jueves 30 de noviembre).

Nunca una derrota en vivo y en directo se ha vaticinado con tan científica premonición como en la media hora en la que el PSV ejecutó los tres goles del martirio. En plena agonía, ver jugar a esa nadería llamada Rafa Mir y a ese bulto insomne llamado Joan Jordán (su involución estadística la está estudiando la IFFHS), sólo añadió alcohol a la herida abierta. Tras el extraño tanatorio en el Pizjuán, explotó la ira del personal y con la ira prendió la hoguera, a salvo, esta vez sí, del calabobos de la noche. Se incendiaron las aún más vacías gradas, las de la vergüenza para todos. La desazón no viene sólo porque uno constate la inanidad del entrenador o la inepcia manifiesta de los dirigentes. A todos se nos está poniendo cara de Wellington, de oler caca todo el tiempo también. De momento ya nos hemos trabajado, partido a partido, esta cara de perdedores, la que se nos ha puesto a toda la familia, por volver a lo del principio.

Y lo peor, aunque el interesado proclame lo contrario, estaría aún por llegar. Abatido una y otra vez por su señoría, que José María del Nido Benavente se presente con ridícula tenacidad como el superhombre del Sevilla por encima del de Nietzsche, sólo nos hace pedir la baja voluntaria, transitoria, en la familia. Quiere decirse en la agria, triste y descompuesta familia sevillista.


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