Jesús Navas, dorsal 28
Javier González-Cotta 04/10/2024 |
Suele repetir Pablo Blanco que él no descubrió a Jesús Navas. Eso de descubrir, matiza, ya lo hizo Cristóbal Colón y queda muy antiguo. Simplemente el azar salió a su encuentro una tarde ahora remota, en un campito de fútbol de Los Palacios y Villafranca. El resto, como la vida misma, fue cosa de la alineación de los planetas o del viento céfiro del destino. A elegir.
De aquel 12 de noviembre de 2003, su debut con el Sevilla FC, han pasado más de 20 años. El latinazgo obliga: tempus fugit. Jesús Navas González disputará su derbi número 28 y se convertirá en el jugador que más duelos a la sevillana ha disputado de acera a acera. Su despedida se apronta ya para diciembre (qué pavoroso será todo para entonces en esta ciudad, con la matraca navideña y la Magna en plena Purísima). Por eso las crónicas hablan de este último envite como el derbi de Jesús Navas.
Enumerar sus títulos y entorchados en el Sevilla FC y en la selección es como recitar la vida y obra de los doce primeros césares según Suetonio. Cuesta creer que el menudo y liviano jugador esté padeciendo los rigores de la artrosis. La cadera le chirría con hondo dolor, cuando lo creíamos eternamente suspendido, ingrávido, ajeno a la ley mortal de la gravedad. Más que cumplir años, parecía que los descumplía, sobre todo a partir de su vuelta a casa tras su andadura en el Manchester City.
Creo que fue Félix Machuca quien en su día lo llamó por el nombre brasileiro de ‘Tomatinho’. Era y es el mejor embajador de los tomates de Los Palacios, como lo son ahora también Gavi y Fabián. La despedida de Jesús Navas tendrá su cedazo de obituario. No porque se nos vaya a ir a los cielos, Dios no lo permita aún. Sino por nosotros, porque algo se nos habrá muerto en algún que otro recoveco de cada cual. Cuando llegue el día en que Jesús diga adiós con ojos heridos, mano al rostro y trémula voz, seremos nosotros, como digo, los deudos y hasta los difuntos. Hay vidas ajenas que forman parte de nuestra vida. Y la vida de Jesús Navas forma parte de un recorrido conjunto por la hilera de los años. En especial a partir de 2006, con el conjuro de Eindhoven y aquella final de Supercopa en Mónaco contra el más rutilante FC Barcelona (la ciencia confirma que es el mejor partido de la historia del Sevilla FC).
No se sabe aún si Jesús jugará de inicio este domingo o si tal vez, como parece, lo hará en los minutos postreros del último derbi. Nada hay peor que ponerse ripioso y almibarado en las piezas que, como la presente, se escriben con el deber del agradecimiento a quien tanto nos dio, como en los años en los que, de título en título, se decía que el Sevilla FC era una máquina de generar felicidad. El nublado cae ahora sobre Nervión por las circunstancias archisabidas. Nada empaña el deber de gratitud. Jesús Navas González es ya dorsal de leyenda, dentro y fuera de Sevilla y del Sevilla. De momento, el domingo lucirá el dorsal 28. Soñaremos con el dulce engaño de creer que le quedan otros 28. El resultado, por una vez, casi daría igual.